Irreal


Pascual era una persona que distinguía por su impaciencia, solían decir sobre aquel hombre mayor que no sabía apreciar los momentos. Gruñía tanto como respiraba, poco entendía lo que decían sobre disfrutar. Tal vez le asignaron un concepto a la felicidad que jamás logró comprender. Desde muy pequeña escuché que aquello era desperdiciar la vida, porque cada sitio del que disfrutaba, una vez allí, ya ponía su mente en un nuevo lugar en el que ansiaba estar. Hay quienes cambian como el color de las hojas de aquellos arboles, quienes disfrutan de cada estación, y quienes viven entre ellas. Mientras que podría jurar que le apasionan las tardes de verano, aseguro que ya comienza a extrañarlas sin que el otoño siquiera se asome. Aunque en distintas situaciones, a veces los anhelos se transforman en pasado en cuestión de un instante. Los momentos felices hacen parecer que atrapas la felicidad en tus manos luego de tanto haber ansiado, pero es mentira que todo concluye ahí, que existe camino a ella. Es entonces que miras tus manos y parece haber escapado otra vez, y aunque resulte enrevesado, la felicidad está en ese momento que pasas corriendo entre risas sintiéndote a un suspiro de alcanzarla.


Nunca te dije


Sí de algo tengo certeza, es de que todo en esta vida corre en ley del efecto de las acciones. Simples acciones tienen un impacto inmenso en el día a día, impensable impacto. Aquella primera vez que pronunciaste mi nombre, todavía la recuerdo, y sigo siendo efecto de ello. Mientras que limpio mi alma de dolores, algunos efectos se vuelven inevitables, se vuelven un hueco profundo y constante, un efecto que sigue impactando. Sí algún día pudiera demostrar como se sienten tus silencios dentro mío, comprenderías como me taja la garganta el sentir que no tenes una simple palabra, de esas palabras que siempre lograbas saber que quería escuchar, sin que lo supiera, palabras que nadie mejor sabe encontrar. Todavía no decido cual fue el impacto que me llevó a crear una imágen muy recurrente sobre como te marchas siempre ante las adversidades. Pero puedo asegurar que siempre preferí irme yo, dar el portazo más fuerte de mi vida y con el enojo en mi frente, no volver a mirar atrás. Porque siempre percibí que de no ser así, siempre serías el que se va, y mientras yo te seguiría amando, me superarías como tu desayuno de la mañana, que sabes que fue bueno, pero ya no lo recordás.

Reencarnar


Sin importar el lugar, en distintos tiempos y espacios retornaban siempre por igual. Algún pecado habían cometido. Sus almas peregrinaban por toda la eternidad reincidiendo de manera constante en las mismas existencias, y para cualquier ser esto era su mártir. En diferentes contextos, pero siempre en la misma historia. Una y otra vez se volvían a conocer. Siempre era ella la primera en verlo, siempre él era quién debía rebuscarse, siempre ella concretaba, siempre él era el primero en jurar amor. Sus sentimientos nacían una y otra vez en nuevos cuerpos sabiendo a recuerdos añejos, de procedencia tanto familiar como desconocida. Sus miradas siempre se volvían a encontrar. Era como pisar sobre el pasto descalza, como el sol cuando pega en la cara, como bailar en la oscuridad, como la luz que ilumina la cocina antes del albor, como el aroma a frío entre pastizales, como reír en la madrugada, como el sol de verano, como un beso de desayuno, como un viaje en carretera, como dar la primer pincelada al lienzo, como escuchar su canción preferida, como todas aquellas sensaciones de las cuales sólo yo sabía. Cada bienvenida sabía a reencuentro, resonaba de toda una vida. Conocía sobre todos y cada uno de sus detalles. Nuestro pecado se había convertido en castigo, el enredo había resultado perfecto.

En la tierra como en el cielo


Nunca pensé que alguien me iba a quebrar así, nunca creí que nadie iba a tener tal potestad inconsciente en mi vida,
no vi la posibilidad de que esto sucediera. De repente él gobernaba en mí, era el concepto de aquello que todos
llaman Dios. Con saber que contaba con su compañía, sin la necesidad de que fuera física, me sentía en paz.
En su abrazo encontraba tranquilidad, encontraba refugio y la felicidad necesaria. Era todo lo bueno, pero irónica y lógicamente iba de la mano de poder ser todo lo malo. Como lograba sentirme en la más elevada gloria, podía arrastrarme a lo más profundo del inframundo. Nunca pensé que alguien podría quebrarme así, era el miedo y la libertad, era el eden y el infierno, era dios, y obviamente era el diablo.